Salmo 1:1-3
(NTV) Qué alegría para los que no siguen el consejo de malos, ni andan con pecadores, ni se juntan con burlones;
(NVI) Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores ni cultiva la amistad de los blasfemos,
(BLS) Dios bendice a quienes no siguen malos consejos ni andan en malas compañías ni se juntan con los que se burlan de Dios.
(NBJ) Feliz quien no sigue consejos de malvados ni anda mezclado con pecadores ni en grupos de necios toma asiento,
La palabra Bienaventurado nos indica la idea de «dicha» o «felicidad» que es otorgada por alguien superior. En la mayoría de los pasajes y como lo relata el libro de Deuteronomio (Dt 33.29), quien otorga tal favor es Dios. La persona bienaventurada no siempre goza de una situación «feliz», sino que también puede ser bienaventurado en presencia por ejemplo del castigo (Job 5.17–18). Si revisamos el libro de Job, Elifaz no quiso decir que la condición de Job era, en sí, «feliz»; sino que Dios estaba preocupado por él, por tanto era «bienaventurado». Su situación era «feliz» porque el resultado sería bueno. Job, por tanto, debió haberse reído de su adversidad (Job 5.22).
Ser «bienaventurado» ante Dios puede que no siempre tenga relación con las situaciones sociales o personales que hoy en día consideramos necesarias para alcanzar la «felicidad». Si bien «bienaventurado» es la traducción correcta de ˒ashrê , hoy y dado el sistema en el cual estamos inmersos, lamentablemente el ser «feliz» en muchas ocasiones no tiene el mismo significado para los lectores modernos y actuales de la Biblia.
A continuación revisaremos al menos dos aspectos importantes:
1. Lo que no ha hecho el Bienaventurado.
El “consejo de malos” consiste en decir que la felicidad y la prosperidad se alcanzan rápidamente y sin esfuerzo por medios ilícitos: robando, mintiendo, engañando, emborrachándose, teniendo relaciones sexuales fuera del matrimonio, etc. Dicho de otra forma, estar carentes del temor de Dios y no someterse a ningún precepto o norma divina, menospreciando así los mandatos de Dios y no dándoles ninguna validez.
Cuando frente a nosotros se encuentre la tentación o una invitación no sana o santa, debemos apartarnos de tal camino. Muchas veces se nos confronta con aquello en que nos sentimos débiles o desvalidos para que caigamos con facilidad, pero los bienaventurados son aquellos cuyo gozo no esta en lo terrenal si no en seguir los buenos caminos de Dios con temor reverente a Él. Podemos ver un claro ejemplo de esto en Prov. 1:10–14 donde una banda de ladrones incita a un joven a unirse a ellos, prometen que robando y matando (v. 11) se enriquecerán pronto (v. 13). Rechazar la tentación, es el primer paso en el camino hacia la sabiduría.
“Estar en camino de pecadores” significa más o menos lo mismo. Sin embargo, en la gráfica del paralelismo que aparece arriba, hay una progresión en la primera columna. “Estar” sugiere permanencia, más que sólo “andar”. El vocablo traducido como “estuvo” es literalmente “se paró”. Pararse en camino de pecadores es mantenerse en esa conducta en forma habitual.
“Sentarse en silla de escarnecedores” en los dos verbos nos enfatiza aun más la idea de la maldad. Al hablar de “malos” y “pecadores”, se refiere a los injustos en términos generales. Los escarnecedores realizan una acción más específica dentro de este grupo, ya que son aquellos que se burlan del justo. Lo tildan de “tonto”, “ingenuo”, “santurrón” o cosas peores, porque mantiene su rectitud a pesar de las oportunidades que se le ofrecen de lograr riquezas o placeres ilícitos. Se ríen de su confianza en que Dios recompensará a los rectos (Salmos 73:11; 94:7) y viven para hacerles la vida imposible a los justos.
El que goza de la verdadera bienaventuranza no la ha alcanzado siguiendo el ejemplo de los malos, y mucho menos confabulándose con ellos.
2. Lo que hace el bienaventurado
Se deleita en la ley de Jehová.
Tal vez la ley de Moisés era toda la Biblia que existía en los días del autor, aunque la frase “la ley de Jehová” podría incluir otros libros bíblicos también. El paralelismo aclara que el deleite en la ley se manifiesta meditando en ella, o sea, reflexionando sobre su mensaje e implicaciones.
El bienaventurado hace esto “de día y de noche”. Esta frase dice que no lo hace solamente un rato en el día y otro en la noche. Más bien, es un modismo que significa “todo el tiempo”.
Para meditar en la ley, es necesario conocerla. Hay que leerla y estudiarla, a solas y juntamente con otros creyentes. Sin embargo, el contraste entre los vv. 1 y 2 implica que la meditación no tiene fines sólo intelectuales, sino también prácticos. En cada situación de la vida, el bienaventurado medita cómo va a ser su actuar, de tal manera que no sea consecuente con el consejo de los malos, sino con la palabra de Dios. Como Jehová dijo a Josué: “De día y de noche meditarás en él (el libro de la ley), para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Josué 1:8). Además la palabra original hagah da sentido de susurrar, suspirar o murmurar, por lo que el acto de meditar no es silencioso, si no que conlleva en un actuar mas profundo que solo pensar, si no que además de pensar, accionar y llevar a un plano más practico.
Conclusión
Para finalizar existe una recompensa para los que estén haciendo así:
Salmos 1:3. El árbol plantado junto a corrientes de agua se mantiene verde y da su fruto aun durante tiempo de sequía (Jeremías 17:8). Igual de segura es la prosperidad de aquel que rechaza la tentación de alcanzar el éxito por medios ilícitos y que se somete a los mandamientos de Dios. El tiempo futuro en este versículo implica que aunque no todos los justos son prósperos, sin duda lo serán. Quizá tengan que trabajar arduamente y esperar con paciencia, pero Dios los recompensará. Tal vez les conceda una parte de la felicidad y éxito pronto, y otra parte a largo plazo. Sea como fuere, el cumplimiento pleno de la promesa se otorgará en el juicio que se hará más allá de esta vida, cuando se alcance el disfrute eterno de la presencia divina (Apocalipsis 21:3–4).
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