Bienaventurados los pobres de espíritu

Mateo 5:3

(RV1960)  “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. “

(NTV) “Dios bendice a los que son pobres en espíritu y se dan cuenta de la necesidad que tienen de él, porque el reino del cielo les pertenece. “

(NVI)  “Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece. “

(TLA)  “Dios bendice a los que confían totalmente en él, pues ellos forman parte de su reino.

 

La primera bienaventuranza del sermón del monte es la que hemos leído y que hace referencia a los pobres de espíritu.

Ya hemos estudiado sobre lo que ser bienaventurado. La palabra significa literalmente “feliz, afortunado, dichoso”, y esta se refiere a algo más que una emoción superficial ya que Jesús describe el bienestar divinamente concedido que sólo pertenece al creyente. Las Bienaventuranzas demuestran que el camino a las bendiciones celestiales es contrario al camino que normalmente el no creyente sigue en su búsqueda de felicidad. La idea del mundo es que la felicidad se fundamente en riquezas, alegría, abundancia, lujos y cosas semejantes, pero la verdad es totalmente opuesta. Las Bienaventuranzas ofrecen la descripción de Jesús del carácter de la verdadera fe. 

Luego de la palabra “bienaventurado” viene “pobres” la que el texto original, nos da algunas opciones de traducción o de definición.

Pobre: Adjetivo que describe a uno que se agacha. Estrictamente denota mendicidad absoluta o pública. Algunos sinónimos serian mendigo, pordiosero, necesitado o pordiosero.

Entonces podemos decir que la característica de estos bienaventurados es que son pobres en espíritu. Estos son lo que están en la vereda opuesta a la autosuficiencia y se refiere a la profunda humildad de reconocer la absoluta bancarrota espiritual de sí mismo cuando estamos apartados de Dios. Esto describe a aquellos que están agudamente conscientes de su estado de perdición y carencia de esperanza fuera de la gracia divina (Mateo 9:12). Debemos reconocernos como enfermos espirituales, desnutridos, necesitados de ayuda como lo indica en Lc. 18:13 en el clásico ejemplo del publicano que reconocía ser pecador.

Generalmente son “los pobres de este mundo” los que son “ricos en fe” (Santiago 2:5; 2 Corintios 6:10 y Apocalipsis 2:9); mientras que a menudo “los impíos” son los que “prosperan en el mundo” (Salmo 73:12). Por lo tanto, ésta parece ser la pobreza que se menciona en Lucas (6:20-21), literalmente a los “pobres” y “hambrientos” el Señor se dirige especialmente. Pero aquí las palabras explicativas “en espíritu”, dan el sentido a los que en su más íntima conciencia se dan cuenta de su completa necesidad. Este modesto sentimiento, de que “ante Dios estamos carentes de todo”, se halla en la base de toda excelencia espiritual, de acuerdo con las enseñanzas de las Escrituras. Sin esta convicción no tenemos acceso a las riquezas de Cristo y con ella, estamos en condiciones de recibir toda provisión espiritual (Apocalipsis 3:17-18). 

Para lo que estén en esta condición, hay una gran recompensa: “de ellos es el reino de los cielos”. Esta es una expresión única en el Evangelio de Mateo. Mateo usa la palabra “cielos” como un eufemismo para el nombre de Dios. En el resto de las Escrituras, el reino es llamado “el reino de Dios”. Ambas expresiones se refieren a la esfera del dominio de Dios sobre todos aquellos que pertenecen a Él. El reino es ahora manifiesto en el reinado espiritual del cielo sobre el corazón de los creyentes (Lc. 17:21); y un día será establecido literalmente en un reino terrenal (Ap. 20:4–6). Los pobres en espíritu no sólo tendrán, sino que ya tienen el reino.

El verdadero sentido de su pobreza es el comienzo de sus riquezas. Mientras que otros andan en vanidad, sin reconocerse delante de Dios, con un concepto equivocado de sí mismos y de todo lo que los rodea, los pobres en espíritu son ricos en el conocimiento de su verdadera situación, ya que tienen el valor para mirarla cara a cara y poseerla sin malicia. Estos se sienten fuertes en la seguridad de que “resplandeció en las tinieblas luz a los rectos” (Salmo 112:4); y pronto amanece como el día.

Dios no espera nada de nosotros como precio de sus dones de salvación;  Sólo tenemos que sentir nuestra completa carencia y entregarnos a su compasión (Job 33:27-28; 1 Juan 1:9). De modo que los pobres en espíritu se enriquecen con la plenitud de Cristo, que es el reino en sustancia; y cuando él les diga desde su gran trono blanco: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros” (Mateo 25:34), los invitará meramente al pleno goce de una herencia que ya poseían. Note que la verdad de la salvación por la gracia es claramente presupuesta en este primer versículo del Sermón del Monte. Jesús estaba enseñando que el reino es un regalo de gracia para aquellos que perciben su propia pobreza de espíritu. 

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