Mateo 5:10
(RV1960) Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
NTV)Dios bendice a los que son perseguidos por hacer lo correcto, porque el reino del cielo les pertenece.
NVI) Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les pertenece.
(TLA) Dios bendice a los que son maltratados por practicar la justicia, pues ellos forman parte de su reino.
Padecer:
- Sentir física y corporalmente un daño, dolor, enfermedad, pena o castigo.
- Soportar agravios, injurias, pesares, etc.
Si Cristo padeció, nosotros no tenemos por que pensar que no vamos a padecer. (Lucas 21.12)
Persecución:
- Instancia enfadosa y continua, con que se acosa a alguien a fin de que condescienda a lo que de él se solicita.
- Molestar. Conseguir que alguien sufra o padezca procurando hacerle el mayor daño posible.
Desde tiempos antiguos los servidores de Dios han sido objeto de persecuciones, los profetas sufrieron grandes persecuciones, amenazas de muerte, entre otras. Por ejemplo:
- Elías salió huyendo por el peligro que corría su vida (1 Reyes 19.1-3).
- Un vidente que llevo un mensaje de Dios fue hecho preso (2 Crónicas 16.10).
- Daniel cuenta como tres de sus compañeros fueron perseguidos para echarlos al horno de fuego (Daniel 3.20)
Y podríamos dar varios ejemplos de la antigüedad como se perseguían a los mensajeros de Dios.
En el Nuevo Testamento, la Iglesia primitiva también sufrió persecución y a consecuencia de esto, esta fue esparcida (Hechos 8.1). También Jesucristo y los apóstoles fueron perseguidos, encarcelados y maltratados por la justicia de Dios.
Por lo tanto debemos entender que estas cosas nos sucederán (Juan 15.20), este y muchos pasajes nos advierten de que los padecimientos y persecuciones vendrán a nosotros, y esto no para que nos preocupemos ni suframos antes de tiempo si no para que nos preparemos. Nada nos puede separar del amor de Cristo (Romanos 8.35-39) y hay que tener claro que las persecuciones son privilegio de Dios y signo de nuestra salvación (Filipenses 1.28). Además Dios en su soberanía nos libra del enemigo (2 Timoteo 3.11).
Pedro en su primera carta (1 Pedro 3.13-16) nos enseña que debemos estar preparados para defendernos con mansedumbre y reverencia frente a aquellos que nos demanden razones de nuestra esperanza en Cristo, siempre teniendo una buena conducta, pues en esta conducta los que murmuran serán avergonzados. La defensa de Cristo no permitirá que nada nos haga daño, pero siempre considerando que se debe hacer el bien.
Nuestra actitud hacia la persecución debe ser:
- Encomendarse a Dios: Si padecemos según la voluntad de Dios , nuestra salida es encomendarnos a aquel que es fiel verdadero, a aquel cuya palabra y promesa cumple sin variación, pero siempre mantenernos haciendo su voluntad. (1 Pedro 4.19)
- Perseverar (Quedar firme en la fe): Una vez que hemos aceptado Cristo debemos a pesar de lo que venga, mantener nuestra fe y confianza en Dios. No es necesaria la paciencia para recibir sus promesas. (Hebreos 10.32-36; Santiago 1.12)
- Regocijarse: Muchas veces es difícil poder gozarse, pero debemos pensar y entender que por medio de estas pruebas y dificultades, acumulamos gran peso de gloria sobre nosotros, y nuestro galardón será grande en los cielos. (Mateo 5.12; 2 Corintios 4.17-18)
- Huir: Jesús de sus propios labios nos enseña que se debe huir (Mateo 10.23), pero esto tenia un propósito, el que era predicar su evangelio. (Hechos 14.6-7)
- No avergonzarse de la fe: Como veíamos en el segundo punto, debemos permanecer en la fe, firmes sin avergonzarnos. (1 Pedro 4.16)
- Orar: Nuestra actitud de amor y paz nos debe llevar a postrarnos en oración, y clamar por aquellos que nos persiguen. (Mateo 5.44; Hechos 7.60)
La recompensa para los que padezcan persecución y para los pobres de espíritu es que poseerán el reino de los cielos. La Biblia pone al mismo nivel a los pobres de espíritu y a los perseguidos en términos de la recompensa que obtendrán. Y esta recompensa la recibiremos ya que estaba preparada desde antes de la fundación del mundo (Mateo 25.34) y desde ese momento la poseemos. Quizás no en su plenitud, pero ya somos parte de ella pues su paz, su gozo y su justicia la vivimos día tras día (Romanos 14.17).
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